CARACTERÍSTICAS DE LOS DEPENDIENTES EMOCIONALES www.dependenciaemocional.org Autor: Jorge Castelló Blasco (www.jorgecastello.org)
Prioridad de la pareja sobre cualquier otra cosa
El
dependiente emocional pone a su relación por encima de todo,
incluyéndose a sí mismo, a su trabajo o a sus hijos en muchos casos. No
tiene que haber nada que se interponga entre el individuo y su pareja,
que dificulte el contacto deseado con ella. Obviamente, dentro de una
normalidad, pero siempre observando esa dinámica; por ejemplo, una
persona va dejando poco a poco sus aficiones como el gimnasio o las
clases de pintura para estar más tiempo con su compañero, hasta que
prácticamente se convierte en su sombra; igualmente, una madre separada
inicia una nueva relación y deja continuamente a sus hijos con sus
abuelos para quedar todas las veces que pueda con el otro.
Voracidad afectiva: deseo de acceso constante
Para
entender este rasgo, es muy importante que nos imaginemos que el
dependiente puede decidir por sí mismo cómo, cuándo y de qué forma
contacta con su pareja: luego explicaremos por qué. Suponiendo esto, si
por el dependiente fuera, tendría el mayor roce posible con su pareja
mediante todas las formas posibles. Por ejemplo, cuando ambos miembros
de la relación están en casa, procurando estar juntos el máximo tiempo
(nada de cada uno en su habitación, o uno viendo el ordenador y el otro
trabajando). Asimismo, si la pareja sale con un grupo de amigos,
estando todo el rato junto al otro y teniendo principalmente
interacción y contacto físico con él.
¿Y qué sucede cuando,
por las obligaciones que todos tenemos, los dos miembros de la pareja
están separados? Muy sencillo: el teléfono móvil e internet se han
convertido en dos ayudas inestimables para satisfacer la voracidad
afectiva de los dependientes emocionales, sea mediante llamadas
telefónicas, mensajes de texto, correos electrónicos o programas de
mensajería con los que el dependiente puede estar online con su pareja.
El contacto puede ser muy frecuente y excesivo, hasta el punto de que
llame la atención al entorno o de que ocasione algún problema en el
trabajo. Ni que decir tiene que la persona con dependencia también
presionará lo que pueda para que su pareja, inmediatamente que termine
con sus obligaciones, marche presta a reunirse con ella.
Insisto
en que, si por el dependiente fuera, estaría el máximo tiempo
disponible con la otra persona, y cuando esto no se consigue se
compensa esta situación con otros medios de comunicación con los que
hay también contacto. Cabe añadir también que este rasgo está muy
acentuado en algunos dependientes emocionales, pero no en todos (como
la mayoría de los que exponemos en esta sección).
Pero antes
hemos dicho que nos debíamos imaginar en un supuesto: que la otra
persona no pusiera pega ninguna al comportamiento voraz y “agobiante”
del dependiente. Como es lógico, esto sucede a veces, pero en la
mayoría de las ocasiones no es así y la pareja reclama espacio y
recrimina este tipo de comportamientos. Si añadimos que también es
frecuente que las personas que los dependientes escogen como pareja no
siempre se comportan de una manera sensible y afectuosa, nos resulta
que lo más normal sea que el otro ponga límites y condiciones al
comportamiento voraz de su compañero, mediante los clásicos “no me
llames tanto”, “necesito mi espacio”, “no me agobies”, “no creo que me
dé tiempo a verte en toda la semana”, “quiero hacer esto solo”, etc. Y,
claro, al dependiente no le queda otra que aceptar estas condiciones
porque, de lo contrario, se puede producir lo que más teme: el rechazo
e incluso la ruptura. Por lo tanto, no esperemos encontrarnos
relaciones de “fusión” entre el dependiente y el otro porque esto sólo
sucede algunas veces, ya que es precisamente la otra persona la que en
muchos casos pone límites a la voracidad afectiva; además, lo normal es
que dichos límites sean incluso abusivos porque el otro considera que
tiene privilegios en la relación, ya que el dependiente le pone un
cheque en blanco con sus nada disimulados deseos de contacto continuo y
con su nada disimulada fascinación hacia él.
Tendencia a la exclusividad en las relaciones
Como
en todas las características que estoy exponiendo, en esta en concreto
sucede que no es más que una exageración de la normalidad. Es decir, en
toda relación hay un deseo de exclusividad en el sentido de que no
queremos compartir a nuestra pareja con una tercera persona. Pero no es
sólo esto lo que sucede en la dependencia emocional. Aquí, además, el
dependiente quiere literalmente a su pareja para él solo: todo lo demás
molesta, desde amigos hasta compañeros de trabajo, pasando por los
hijos.
De igual forma que sucede con la voracidad afectiva, la
exclusividad es un aspecto que no se da en todos los dependientes
emocionales con la misma fuerza; incluso en algunos no se produce más
allá de lo normal.
Idealización del compañero
El
otro se convierte con el tiempo en alguien sobrevalorado, eso si no lo
ha sido desde el principio por tener un perfil determinado de
endiosamiento o de lejanía hacia los demás. Será muy difícil que un
dependiente emocional se enamore de alguien al que no admire o vea
bastante por encima suyo, no desde un punto de vista racional u
objetivo (por ejemplo, que sea mejor profesional o más inteligente),
sino en general, como una sensación que él experimenta de estar con
alguien más importante o más elevado y que transmite deseos de estar
junto a él.
No obstante, no sólo se producirá una
sobrevaloración general de la pareja sino que también se podrán
distorsionar sus méritos y capacidades. Por ejemplo, si es artista o
empresario, será de los mejores en su trabajo; si es más o menos
atractivo, será el más guapo; si es prepotente en su forma de hablar,
será muy inteligente; etc.
Al final, uno de los elementos que
más influyen en esta idealización es cómo trata la persona al
dependiente emocional. Cuántas veces he escuchado en mi consulta la
afirmación de que los flirteos o pretensiones amorosas de alguien se
consideran signo de debilidad o de comportamiento “baboso” (provenga de
quien provenga, incluso de personas que pueden despuntar por su trabajo
o por otras facetas), mientras que el desprecio, el escaso interés o la
prepotencia se interpretan como signos de poder, fuerza o elevación.
Realmente, no son aspectos concretos de otro individuo los que lo
convierten en idealizable, sino su perfil general y, especialmente, el
trato de dicho individuo hacia el dependiente emocional.
Sumisión hacia la pareja
La
consecuencia lógica de ser muy voraz afectivamente, de priorizar a la
relación sobre cualquier otra cosa o de idealizar a la pareja, es que
el trato hacia ella va a ser de subordinación, es decir, “de abajo a
arriba”, como si alguien muy bajito se dirigiera a un gigante al cual
necesita. Da la sensación en ocasiones de que los dependientes se
comportan con sus parejas como sacerdotes que realizan ofrendas a algún
dios al que le permiten absolutamente todo, al que le justifican todos
sus actos y al que, a pesar de los pesares, le intentan satisfacer con
lo que pida.
Antes he puesto el ejemplo de esa persona que le
hacía la cena a su marido y a su amante en su propia casa, pero podría
poner otras situaciones de sumisión como las de aceptar todo tipo de
descalificaciones por parte del otro, permitir infidelidades, hacer
siempre lo que quiere la pareja, soportar las descargas de sus
frustraciones –que pueden llegar incluso al plano físico- o también ser
y actuar como pretende o desea el compañero.
Pánico ante el abandono o el rechazo de la pareja
El
dependiente emocional idealiza tanto a su compañero y se somete tanto a
él, considerando la relación de pareja como lo más importante de su
vida, que le tiene verdadero terror a una ruptura. Hay personas que,
literalmente, se encuentran incapaces de romper una relación, y no por
quedarse descolgadas en el plano económico o de cualquier otra forma,
sino porque afectivamente lo encuentran devastador. En estos casos no
vale la frase de “más vale solo que mal acompañado”; es más, una de las
manifestaciones más usuales tras una ruptura es “con él estaba fatal,
pero es que ahora estoy mucho peor”.
Como veremos en la
siguiente característica, en muchas ocasiones es el terrorífico
síndrome de abstinencia el que acongoja de tal manera al dependiente
que le hace pensar y sentir con absoluta realidad que es totalmente
imposible romper la relación, y que si no lo hace el otro no habrá
forma humana de que se produzca esa situación.
Pero lo más
normal es que las rupturas no solo se consideren inalcanzables, sino
que además no se deseen en absoluto. El dependiente emocional, en casos
graves, puede aguantar prácticamente todo con tal de que no se rompa la
relación porque prefiere estar fatal dentro de ella que sin sentido de
la vida o de la existencia fuera. Esto produce un gran terror a los
rechazos en el seno de la pareja, a los comportamientos de escasa
aprobación o a los signos que se den por parte del otro que indiquen
una falta de interés o una falta de cariño.
Trastornos mentales tras la ruptura: el “síndrome de abstinencia”
Ya
he expuesto que los dependientes tienen un miedo cerval a lo que
acontece tras una ruptura, que es el “síndrome de abstinencia”, llamado
así por analogía a las adicciones a las drogas. Este bien llamado
síndrome supone realmente el padecimiento de un trastorno mental que
variará según la persona y según la intensidad, pero que de manera
habitual es un trastorno depresivo mayor con ideas obsesivas, o, dicho
en otras palabras, una depresión muy fuerte con pensamientos repetidos
y angustiosos en torno a un tema que, en este caso y como no podía ser
de otra forma, es la relación perdida y todo lo que ello conlleva:
recuerdos, planes para reanudar la pareja, remordimientos por supuestos
errores cometidos, etc.
El golpe psicológico es tan brutal que
no sólo hay una inmensa tristeza, sino que además habitualmente se
sufren síntomas de ansiedad intensos que impiden la concentración y que
se traducen en molestias físicas o sensaciones muy desagradables, y
también en pensamientos sobre el poco sentido que tiene la vida que
pueden derivar en ideas suicidas. En este sentido, recuerdo
perfectamente a una persona que nada más entrar por primera vez en mi
consulta me dijo que ya tenía fecha para morirse. Esto llama la
atención porque se suelen asociar las ideas suicidas con otros
problemas, pero en la dependencia emocional y muy especialmente dentro
del síndrome de abstinencia se dan, aunque hay que decir que lo más
usual es que sólo se dé, que no es poco, una pérdida muy sustancial de
apego por la vida.
En el síndrome de abstinencia lo que domina
es el deseo de retomar la relación, las ideas continuas de, con
cualquier excusa, contactar con la otra persona para no tener la
sensación de pérdida o de desaparición definitiva. A veces, estas
excusas se las da el individuo a sí mismo en forma de autoengaño, por
el que uno se autoconvence de que no pasa nada por llamar a la ex
pareja ya que se puede tener una simple amistad, o de que sólo se está
contactando con el otro para “cantarle las cuarenta”.
Todo el
padecimiento descomunal de este síndrome desaparece de un plumazo con
una simple llamada de la otra persona. Donde había lágrimas, ansiedad y
auténtica desesperación, se pasa a la tranquilidad y a la sonrisa.
Búsqueda de parejas con un perfil determinado
El
tipo de persona que suele preferir el dependiente emocional, al que
llamaré “objeto” , es normalmente alguien engreído, distante
afectivamente, egocéntrico, y a veces hostil, posesivo o conflictivo.
También hay un perfil habitual y es de la persona con problemas,
con un fondo importante de vulnerabilidad o fragilidad emocional con el
que el dependiente se identifica, produciéndose igualmente una relación
desequilibrada con ella por la que se intenta cuidar y controlar
a dicha persona, mientras que ella, en muchas ocasiones, se
aprovecha de ese comportamiento sumiso y atiende sólo a intereses
egoístas o también afectivamente enfermizos.
Amplio historial de relaciones de pareja, normalmente ininterrumpidas
Puedo
decir, en tono jocoso, que las primeras visitas con un dependiente
emocional son un listado inagotable de relaciones de pareja que se
producen desde la adolescencia. Estas personas viven su vida alrededor
del amor y no la conciben sin él: necesitan, o eso creen ellas, a
alguien permanentemente a su lado. Por este motivo, nada más terminan
una relación, y aunque sea en pleno síndrome de abstinencia, buscan
otra persona para reemplazar a la anterior, incluso al mismo tiempo que
se intenta reanudar dicha relación rota.
Normalmente, el tiempo
que transcurre entre una relación de pareja y otra es muy escaso, y
cuando es largo puede deberse a que todavía se arrastre la que se ha
roto (por ejemplo, siendo amante de la ex pareja y estando siempre
pendiente de cualquier contacto por su parte) o a que se mantenga una
actitud de constante flirteo por la que el dependiente no se siente
realmente solo, ya que tanto por internet como por el teléfono móvil
hay correos electrónicos, mensajes de texto y demás que producen
sensación de inmediatez y de proximidad; esto sin contar las citas
puntuales que se den con estas personas con las que existe dicho
flirteo.
Baja autoestima
Por
obra general, los dependientes emocionales son personas que no se
quieren a sí mismas. ¿Qué significa quererse a sí mismo? Porque
esto realmente es algo muy abstracto, por más que tenga manifestaciones
concretas y de lo más palpables. Quererse a uno mismo no significa
necesariamente que tenga que considerarse con virtudes o cualidades;
por ejemplo, considerarse guapo, buen profesional, inteligente, etc.
Existen dependientes emocionales y otras personas que saben
racionalmente que presentan algunas de estas cualidades, y sin embargo
no se quieren de una forma adecuada. Lo que acabamos de describir es el
autoconcepto, es decir, la idea racional que todos tenemos sobre
nosotros mismos. Digamos que sería un listado de cualidades, carencias,
virtudes y defectos que todos tenemos sobre nosotros.
No
obstante, la autoestima es algo diferente al autoconcepto, aunque
en muchas ocasiones van por caminos similares. De igual forma que
podemos considerar a alguien guapo o inteligente pero al mismo tiempo
detestarle; podemos pensar sobre otra persona que no es muy atractiva
pero que estamos con ella a muerte. Los sentimientos no tienen por qué
ir necesariamente por el mismo camino que nuestra idea racional.
Querernos
a nosotros mismos es exactamente lo mismo que querer a uno de nuestros
seres queridos, pero siendo uno mismo el destinatario de esos
sentimientos. Podemos protegernos cuando nos atacan, consolarnos si
estamos sufriendo, ayudarnos cuando tenemos problemas haciendo lo
posible por resolverlos, valorarnos cuando hacemos las cosas bien,
alegrarnos si nos ocurren cosas positivas, y sobre todo no poner
condiciones para querernos. Demos ahora la vuelta a la situación y
pongámonos en cómo se trata una persona sin autoestima, sea como sea su
autoconcepto: no se protege cuando recibe ataques e incluso se los
inflige ella misma, no se consuela si está sufriendo sino que aprovecha
su vulnerabilidad para atacarse más duramente, se hunde ante las
adversidades sin intentar resolver sus problemas, no se valora cuando
hace las cosas bien sino que se busca el error o el defecto, y se pone
condiciones para quererse como despuntar en el físico, tener muchos
estudios, posición social, etc., ya que cualquier pretexto es bueno con
tal de escatimarse el cariño.
Miedo a la soledad
Verdaderamente,
no es de extrañar que si alguien tiene esos sentimientos hacia sí mismo
no soporte estar solo, porque es como estar continuamente junto a
alguien al que detestamos. Por ejemplo, los dependientes no aguantan
mucho tiempo estar solos en casa o con la perspectiva de no salir en
todo el domingo: enseguida se buscan planes o llaman por teléfono a
alguien con cualquier excusa. La soledad les provoca incomodidad,
malestar e incluso ansiedad, y la idea más o menos intensa de que no
son importantes para nadie, de que nadie les quiere y están abandonados.
Aparte
del temor a esta soledad en un sentido extenso, también temen a la
soledad entendida como “estar sin pareja”. No cabe duda de que aquí es
un temor cercano al terror: les da auténtico pavor no tener a alguien
ahí sea como pareja o como sucedáneo (una aventura, un flirteo
continuado…) La consecuencia, como ya he dicho, es el encadenamiento
sucesivo de relaciones para evitar esas sensaciones tan desagradables.
Necesidad de agradar: búsqueda de la validación externa
Este
rasgo no aparece en todos los dependientes, pero sí es bastante común.
Cuando aparece, el individuo intenta satisfacer a la mayoría de las
personas con las que trata, de manera que se les quede a dichas
personas una idea inmaculada del dependiente. Necesita tanto de la
aprobación externa que lo pasa francamente mal cuando no la tiene o
cuando interpreta que ha sido rechazado; en estas situaciones, es
habitual que haga “comprobaciones” de la relación como llamar por
teléfono para ver si todo sigue igual con esa persona o para detectar
anormalidades en el tono de voz, por ejemplo.
Los dependientes
que se comportan así suelen ser modélicos para los demás. No crean
conflictos con sus familiares más próximos, no ponen problemas para
planificar las citas con los amigos, se prestan a cualquier cambio de
turno imprevisto que haya en el trabajo, no se adhieren a ningún grupo
sino que intentan llevarse bien con todas las personas, etc. Son
descritos por los otros como buenas personas que intentan favorecer
siempre y que se desviven por ayudar.
Los dependientes que
necesitan agradar presentan una tendencia muy marcada a la validación
externa. Esto significa que su valor no se lo dan a sí mismos, sino que
lo cogen prestado del que reciben de los demás. Por ejemplo, un
dependiente puede haber quedado inicialmente satisfecho de un informe
que ha hecho en el trabajo, pero si no le ha gustado al jefe dudará de
su desempeño. Una persona con tendencia a la validación interna
criticaría la postura de su jefe y continuaría manteniendo su criterio.
En los dependientes con buen autoconcepto y en situaciones similares,
podrían disponer de esta tendencia a la validación interna, pero en
situaciones distintas de tipo afectivo que impliquen aceptación o
rechazo nos aparecerá de nuevo la tendencia contraria, es decir, la que
proporciona el valor por parte de los otros: por ejemplo, si un
compañero de trabajo no invita a una celebración de cumpleaños a un
dependiente, este se considerará poco querible, poco válido por
sentirse rechazado. Otra persona con una tendencia a la validación
interna se mostraría dolida o disgustada, pero respetaría la decisión o
la criticaría sin por ello alterar su idea sobre sí mismo porque su
valía como individuo no depende de la valoración o del rechazo ajenos.
Fuente: "Cómo superar la dependencia emocional" J. Castelló Blasco. Editorial Corona Borealis, 2012.
VOLVER A INICIO
|